En esta Cuaresma, como Cáritas Arquidiocesana compartimos con la comunidad la propuesta que nos hace el Evangelio en Mateo 25, 31-46.
De camino a hacia la Pascua les invitamos a leer la reflexión de la hermana Valdira Giordani.
UNA MANERA DE VIVIR
Hna. Valdira Giordani
(Corbelia, provincia de Paraná, Brasil)
La Palabra de Dios hoy nos presenta el «juicio final», el cual señala dos realidades opuestas:
a) «…Cuando lo hicieron con alguno de estos más pequeños, que son mis hermanos, lo hicieron conmigo» (v.40).
b) «… siempre que no lo hicieron con alguno de estos más pequeños, que son mis hermanos, conmigo NO lo hicieron» (v.45).
Son dos formas de actuar. Y Jesús está diciendo que habrá una separación entre los que tienen buena conducta y los de mala conducta, pero, sólo en los últimos tiempos.
Tanto en la Iglesia como en el mundo, conviven mezclados los que hacen el bien en favor de los sufrientes y excluídos y aquellos que nada hacen por los necesitados. Y no significa que los que están en la Iglesia son los que ayudan, y los que están fuera de ella son los insensibles con el dolor ajeno.
En el mundo conviven los opresores y los oprimidos, los que acumulan riqueza y los que pasan hambre. En el mundo, están también los que dan la vida en favor de un mundo mejor y los que lo hacen sin ninguna motivación religiosa.
Esta realidad así presentada, permanecerá hasta el fin de los tiempos, cuando todos estarán frente al Hijo del Hombre, que reinará sobre todas las naciones. Sin embargo, el juicio comienza ya, de acuerdo a cómo vivimos!
De no ser así, ¿cómo juzgará Cristo a los 1.000 millones de chinos, oficialmente ateos? ¿Y a los 800 millones de hindúes, y a los musulmanes, y a todas las demás personas que nunca oyeron de Él? ¡Y sabemos que los cristianos no son más que una minoría en el mundo!
Los judíos, como nosotros hoy, se molestaban con esa gran parte de la humanidad que no conocía a Dios y sus promesas y consideraban que Dios, algún día, debía imponer su ley sobre ella. Sea como sea, Cristo nunca los abandonó a estos que, sin conocerlo, compartieron el destino común de la humanidad, más bien, puso al lado de ellos a esos «pequeños que son sus hermanos», como representantes suyos. ¿Y quienes son esos «pequeños»? Por cierto, los de toda clase que encontramos en los varios sectores de la vida. En los ambientes más indiferentes y más incrédulos. Jesús está en medio de ellos, y nosotros/as nos juzgamos a nosotros mismos por nuestra manera de atender a estos «pequeños».
A los que durante la vida se pusieron indiferentes a la desgracia de sus hermanos marginados y hambrientos, ahora la irradiación de Dios que es amor, los quema y atormenta. En cambio, el que ama de verdad, reconoce a sus hermanos sin dar mayor importancia a las etiquetas: las personas son las que existen y las tenemos cerca.
Esto significa que el Reino de Dios es muy distinto de como en general pensamos. Es un Reino de Amor y de solidaridad en el cual no hay lugar para el egoísmo, la intolerancia, la indiferencia…
Lo que decide la suerte final, no es la religión, ni la fe que confesamos; lo decisivo es vivir la COMPASIÓN. La religión más agradable es la ayuda al que sufre. La Bienaventuranza del Reino es vivenciada por aquellos que comparten la vida: dan de comer, visten, hospedan, visitan, socorren. Esto es un estilo de vida.
«En el atardecer de la vida, seremos examinados en el amor» (S. Juan de la Cruz).